“¡Revolución! ¡Revolución!” Los gritos exaltados de los airados habitantes en la plaza lo despertaron sobresaltado.
Faltándole el aire, temblándole las piernas y palpitándole el corazón como un potro desbocado, el pequeño se apoyó en el tronco del único árbol en aquel cerrillo. Rompió a llorar preso de la angustia y del pánico, regando el suelo con sus lagrimones. Leer más